Las palabras.
Dones únicos otorgados por dioses desconocidos pero sabios.
Armas que hieren superficial o mortalmente.
Defensas que acompañan cuando no queres mostrarte débil.
Escudos que aparecen cuando las barreras caen sin querer.
Manos que se extienden para ayudar sin tocar, para acompañar sin
sofocar, para rescatar sin ahogar.
Las palabras… instrumentos de conciliación o de declaración de guerra,
paños fríos o cerillas por arder.
El alcance de las palabras supera en ocasiones al sonido y al poderío
del silencio. Es más ampuloso, imperativo, no da tregua ni recreo al sentir.
O, ¿el poder de las palabras anula o potencia el efecto del silencio? ¿Esta
hermandad es siamesa, caminan en forma
paralela, o transitan perpendicularmente?
¿Las palabras tienen poder o se usan como instrumentos de poder?
Las palabras inicialmente ayudan a comunicar, a expresar, a unir, a
encontrar, a acercarse.
Su ausencia, su abuso o su mal uso complotan en no poder concluir ni
confluir, en desunir, en desencontrarse, o alejarse.
Tiene más poder una palabra que el arma más afilada o más certera. Si el
hombre se diera cuenta que puede herir más con una palabra que con un arma
nuclear, hasta ahorraría costos financieros.
De la herida de arma blanca a veces se vuelve y la cicatriz va lentamente
desapareciendo con el tiempo. De la herida de la palabra mal empleada no se
retorna sin daños colaterales y la cicatriz permanecerá casi intacta, tratando
de camuflarse entre otras tantas palabras de reconciliación, misión a veces
lograda, casi siempre no. El camuflaje y maquillaje no taparán la herida hecha
por la palabra agraviante, ni hará olvidar la sensación y el desagradable cosquilleo en el estómago y
en el cuello a la hora de soportar escucharla. La sensiblería, barata o no, en
los tiempos que corren tiene sus costos. El valor inconmensurable de lo no
dicho, el alcance de lo callado, se entrecruza permanentemente con lo
expresado.
Por el contrario, la palabra amigable, la dicha en el momento necesitado
y justo, consuela el ánimo y calienta el alma, nos hace más humanos, nos
acerca, acompaña, acaricia, protege, es sinónimo de abrazo no pedido pero
buscado y silenciosamente esperado.
La palabra dicha en el momento exacto, susurrada en la voz de la persona
indicada, puede más que mil medicinas y terapias, puede más que libros de
ciencia y alquimias varias.
No hay mimo más añorado o esperado ni abrazo más invisible e inolvidable
que el dicho por la voz y la palabra del ser querido. La llave maestra para
nuestra propia cerradura.
Esa magia literata, esa posibilidad tan inusitada de alcanzar al otro íntimamente,
se amplifica en el recuerdo de la misma. Cada vez que vuelve a la mente esa palabra
tan valorada, vuelven a las entrañas la mismas sensaciones envolventes de
seguridad y compañía, ese halo original. Tal poderío alcanza. De tan
imperceptible su efecto a veces, resulta tan potente.
Una mueca con sonido moviliza los sentidos y los huesos. Palabras. De
amigos, pareja, hijos, padres, familia o no. Extraños a veces, o no.
Circunstanciales o no.
Por eso, en este momento estas palabras de hoy, nocturnas, delirantes y
solitarias, solo pueden mostrar el significado de este pensamiento ahora, de
las sensaciones otrora o de las futuras medidas que tal vez pudiera darle a las
palabras para que sirvan cuando puedan de bálsamo y no de armamento. Estas palabras, término repetitivamente usado
con toda intencionalidad para ser absolutamente obvia y redundante en mi decir,
son sencillamente escritas o pensadas en
letras, y muestran mientras deshilvanan
el pensamiento, el significado que tienen para la persona y para el alma (existente
o no) extemporáneamente sensible, excomulgada de tanta pretensión de
indiferencia ajena en ocasiones.
Podrán herir, acompañar, abrazar o guiar, pero para quien escribe… las
palabras fueron, son y serán un eterno y silente tesoro, la manera de
conectarse, de dejarse ver, de entreabrir la puerta del ser interior, aquel que
guarda cada sensación recibida, buena o mala, de los dichos recogidos en el
tiempo, de los fuegos que se mantienen vivos en algún lugar por siempre.
Muchas tal vez. Algunas no buscadas, algunas merecidas, algunas
regaladas por demás, algunas sin verdadero sentido, otras absolutamente vivas, pero
todas dichas encubriendo y descubriendo el sentimiento.
Como si fuera un río tranquilo a veces o caudaloso otras, y al escribir,
abriera sus compuertas. Mis dedos corren rápidamente en el teclado y mi mente
siente un ligero alivio al verlos deslizarse por el mismo, siento un peso
menos, o dos, o tres… la presión desaparece como por un extraño ocultismo y… me
siento más etérea, más lejana, volátil, liviana, siento que quizá pueda ser mi impensado legado, porque tengo un verdadero instrumento sin pólvora en mis manos, el que
me permite dejar a quienes quiera o elija una parte absoluta, tangible, atemporal,
efímera y sincera de mi esencia …de mí.-