viernes, 15 de junio de 2012

LAS PALABRAS. SON...


Las palabras.
Dones únicos otorgados por dioses desconocidos pero sabios.
Armas que hieren superficial o mortalmente.
Defensas que acompañan cuando no queres mostrarte débil.
Escudos que aparecen cuando las barreras caen sin querer.
Manos que se extienden para ayudar sin tocar, para acompañar sin sofocar, para rescatar sin ahogar.
Las palabras… instrumentos de conciliación o de declaración de guerra, paños fríos o cerillas por arder.
El alcance de las palabras supera en ocasiones al sonido y al poderío del silencio. Es más ampuloso, imperativo, no da tregua ni recreo al sentir.
O, ¿el poder de las palabras anula o potencia el efecto del silencio? ¿Esta hermandad es siamesa,  caminan en forma paralela, o transitan perpendicularmente?
¿Las palabras tienen poder o se usan como instrumentos de poder?
Las palabras inicialmente ayudan a comunicar, a expresar, a unir, a encontrar, a acercarse.
Su ausencia, su abuso o su mal uso complotan en no poder concluir ni confluir, en desunir, en desencontrarse, o alejarse.
Tiene más poder una palabra que el arma más afilada o más certera. Si el hombre se diera cuenta que puede herir más con una palabra que con un arma nuclear, hasta ahorraría costos financieros.
De la herida de arma blanca a veces se vuelve y la cicatriz va lentamente desapareciendo con el tiempo. De la herida de la palabra mal empleada no se retorna sin daños colaterales y la cicatriz permanecerá casi intacta, tratando de camuflarse entre otras tantas palabras de reconciliación, misión a veces lograda, casi siempre no. El camuflaje y maquillaje no taparán la herida hecha por la palabra agraviante, ni hará olvidar la sensación  y el desagradable cosquilleo en el estómago y en el cuello a la hora de soportar escucharla. La sensiblería, barata o no, en los tiempos que corren tiene sus costos. El valor inconmensurable de lo no dicho, el alcance de lo callado, se entrecruza permanentemente con lo expresado.
Por el contrario, la palabra amigable, la dicha en el momento necesitado y justo, consuela el ánimo y calienta el alma, nos hace más humanos, nos acerca, acompaña, acaricia, protege, es sinónimo de abrazo no pedido pero buscado y silenciosamente esperado.

 La palabra dicha en el momento exacto, susurrada en la voz de la persona indicada, puede más que mil medicinas y terapias, puede más que libros de ciencia y alquimias varias.
No hay mimo más añorado o esperado ni abrazo más invisible e inolvidable que el dicho por la voz y la palabra del ser querido. La llave maestra para nuestra propia cerradura.
Esa magia literata, esa posibilidad tan inusitada de alcanzar al otro íntimamente, se amplifica en el recuerdo de la misma. Cada vez que vuelve a la mente esa palabra tan valorada, vuelven a las entrañas la mismas sensaciones envolventes de seguridad y compañía, ese halo original. Tal poderío alcanza. De tan imperceptible su efecto a veces, resulta tan potente.
Una mueca con sonido moviliza los sentidos y los huesos. Palabras. De amigos, pareja, hijos, padres, familia o no. Extraños a veces, o no. Circunstanciales o no.
Por eso, en este momento estas palabras de hoy, nocturnas, delirantes y solitarias, solo pueden mostrar el significado de este pensamiento ahora, de las sensaciones otrora o de las futuras medidas que tal vez pudiera darle a las palabras para que sirvan cuando puedan de bálsamo y no de armamento. Estas palabras, término repetitivamente usado con toda intencionalidad para ser absolutamente obvia y redundante en mi decir, son  sencillamente escritas o pensadas en letras,  y muestran mientras deshilvanan el pensamiento, el significado que tienen para la persona y para el alma (existente o no) extemporáneamente sensible, excomulgada de tanta pretensión de indiferencia ajena en ocasiones.
Podrán herir, acompañar, abrazar o guiar, pero para quien escribe… las palabras fueron, son y serán un eterno y silente tesoro, la manera de conectarse, de dejarse ver, de entreabrir la puerta del ser interior, aquel que guarda cada sensación recibida, buena o mala, de los dichos recogidos en el tiempo, de los fuegos que se mantienen vivos en algún lugar por siempre.
Muchas tal vez. Algunas no buscadas, algunas merecidas, algunas regaladas por demás, algunas sin verdadero sentido, otras absolutamente vivas, pero todas dichas encubriendo y descubriendo  el sentimiento.
Como si fuera un río tranquilo a veces o caudaloso otras, y al escribir, abriera sus compuertas. Mis dedos corren rápidamente en el teclado y mi mente siente un ligero alivio al verlos deslizarse por el mismo, siento un peso menos, o dos, o tres… la presión desaparece como por un extraño ocultismo y… me siento más etérea, más lejana, volátil, liviana, siento que quizá pueda ser mi impensado legado, porque tengo un verdadero instrumento sin pólvora en mis manos, el que me permite dejar a quienes quiera o elija una parte absoluta, tangible, atemporal, efímera y sincera de mi esencia …de mí.-