lunes, 19 de marzo de 2012

LENGUAJE Y COMUNICACION


Cuando hablamos de lenguaje nos referimos al sistema en común que rige toda acción humana, si bien lenguaje y comunicación se utilizan en forma indistinta remarcaremos que el mismo abarca aspectos mucho más complejos y amplios que la mera relación de palabras en un idioma particular entre el emisor y el receptor. Sabemos que podemos recurrir no solo al lenguaje hablado para comunicarnos, sino que nuestro cuerpo habla permanentemente a través de nuestros gestos o nuestras acciones, nuestras respuestas o nuestros silencios. La elección a veces es nuestra, así como también el destinatario de lo que queremos transmitir. Aquí vemos por lo menos dos aspectos del lenguaje: el lenguaje como comunicación verbal y el lenguaje como vehículo de la expresión emocional, con el agregado de que ambos se entraman y entrelazan de tal manera que uno no puede concebirse sin el otro.

¿Para qué, y porqué? ¿Cuál es nuestra necesidad de conectarnos hacia el otro? ¿ Cuál sería la señal que determina que mi voluntad exprese lo que realmente siento o pienso?, ¿Por qué elijo hacerlo en un contexto o con alguien adecuado como oyente y a veces decido lo contrario?

Si bien el lenguaje responde a la necesidad de la integración social o gregaria que todos tenemos en condiciones de salud también nos entrelaza a través de una emocionalidad que además nos constituye como seres humanos, la emoción tiñe o da tonalidad a toda expresión lingüística ya que no somos solo robots o seres computacionales sino que provenimos de una historia que nos narra, nos da identidad, y nos integra a través de fenómenos no estrictamente verbales o semánticos.

Sin embargo, podríamos pensar en un tercer nivel.

El siguiente paso del lenguaje es su capacidad de construcción de pensamiento, como un artista tallando la madera biológica y produciendo de esa forma la compleja estructura cognitiva, es decir, nuestro mundo interior que se manifiesta

constructivamente como una práctica especular que nos confirma (el mismo autobiográfico de Antonio Damasio, “Y el cerebro creó al hombre”, 2010.).

Primero hablemos de ciertos conceptos clásicos de comunicación.

Si definiéramos la palabra comunicación podríamos decir que es el arte de poder relacionarse con el otro, sintonizando un código lingüístico en común, requiriendo como elementos indispensables un emisor, un receptor y el mensaje mismo.

Comunicar depende de muchas variables. Del entorno, del lugar, del momento, de los interlocutores y del medio, del receptor de mi mensaje, pero también supone la importancia de lo que debamos o tengamos intención de comunicar tanto como de la forma en la cual elijamos para hacerlo. Nuestra necesidad de transmitirlo la convierte en el trampolín para iniciar la emisión del mensaje.

Comunicar es transmitir con éxito. Comunicarse es tratar de entenderse, es intercambiar una idea con el fin de lograr un feedback entre comunicante e interlocutor. Los medios de comunicación o la publicidad nos plantean la idea, pero no por eso podremos decir que comunican. Para hacerlo con éxito se necesitan dos partes involucradas en la acción. A veces pensamos viendo un programa de televisión que no puede haber recurso más fuerte de incomunicación que ése, a veces pensamos que no somos nosotros los que observamos tal o cual programa de televisión sino que ese programa nos observa a nosotros modelándonos. ¿Acaso no vemos muchos pacientes “deteriorados cognitivos” que esperan ansiosos que el personaje salga de la pantalla, tal vez como Woody Allen lo planteó en “La rosa púrpura del Cairo”?

LA PALABRA

El lenguaje es transporte indiscutido de emociones, transitorias y permanentes. Lo que la palabra instala la acción no podrá descolocar de ese lugar. No es solo una combinación de fonemas en sí misma. Tiene forma, sentido y contenido. Lo que la palabra impone en el momento persistirá más allá de todo resarcimiento, una palabra puede modificar una idea, una creencia, hacer que otro cambie o vea puntos de vista diferentes, o bien que se acomode a su idea y que nunca cambie de opinión. Con la palabra podemos alegrar pero también condenar, podemos hacer sentir bien a alguien o usarlo como instrumento para destruirlo. Podemos hinchar con fanatismo por un equipo y descargar tensiones. O podemos no decirlas y llenarnos de tensión a nosotros mismos. Con la palabra podemos dar un discurso y arengar una multitud en forma demagógica o también podemos acompañar a la gente en sus necesidades y proyectos. La forma de transmitirla y luego los hechos lo avalarán, dando origen a un debate diferente en este último caso.

El poder de la palabra estimula a chicos y grandes o bien desestima o subestima a unos y otros. Una palabra dicha a tiempo puede salvar la vida de alguien, una palabra no dicha en el momento oportuno impone consecuencias en las relaciones humanas a veces en forma irreparable, como así también estar en silencio hace que podamos expresarnos y hablar demasiado provoca que nadie nos escuche realmente. Una sola palabra decide que tengamos preferencia por determinado producto, o varias hacen que lo descartemos por completo o viceversa. Con la palabra felicitamos, inducimos, sugerimos, avalamos, generamos, persuadimos, obligamos, apoyamos, sustentamos, enseñamos, engañamos, convencemos, consolamos, acompañamos, amamos. Efecto multiplicador indiscutido.

Debemos asumir por tanto que la expresión nos acompaña aún a pesar nuestro, como asimismo tener en cuenta este aspecto indudable del lenguaje para darle el uso apropiado y que la comunicación sume beneficios al entorno y a nosotros mismos.

SUS ALCANCES

Trasladando esta necesidad de comunicarse a lo cotidiano es que nos surge en el medio profesional otra pregunta:

¿Cómo aplicamos esta paradójica situación en el ámbito de nuestra práctica profesional en el consultorio? ¿Cómo establecemos la comunicación desde la sala de espera?, ¿Cómo podemos comunicarnos desde el primer momento de la consulta? ¿Cómo hacemos para que la dificultad que nos preocupa tenga solución apropiada, o la solución que sentimos como tal?

Podemos ver esta realidad desde dos puntos de vista opuestos y complementarios:

Como paciente y como profesional de la salud.

Como paciente tenemos la idea tal vez equivocada de que la comunicación comenzará en el consultorio, en el momento de contestar la pregunta de que causas me llevan a estar allí. Premisa no del todo cierta.

La misma comienza en el mismo momento de la molestia física o psíquica, continúa en el momento de solicitar día y hora. Persistirá en el consultorio.

Tendremos dos intenciones comunicativas. La del emisor que en este caso será la persona como paciente. Otra será la del receptor, quien dará lugar a mi mensaje. Cuando se logre la comunicación no existirán dos intenciones sino un fin comunicativo en común, creándose un campo narrativo particular: relación médico paciente o profesional paciente en el cual se despliegan los relatos y las explicaciones que ambos concluyen a partir de ciertos síntomas y signos. Ese campo se constituye a partir de dos interpretaciones desde donde surgirá una tercera: la primera es el relato del que padece, que ya es en sí misma una realidad lingüística interpretada, por otro lado la del interpretador profesional con su carga de teoría y conocimiento, y de ambas vemos surgir, no de una sola en particular, la respuesta al sufrimiento.

Como paciente tengo mil recursos que mostrar, tal vez pueda contarle a mi médico lo que me pasa, tal vez mi médico pueda a través de mi sintomatología determinarlo y encuadrarlo, tal vez pueda ver mas allá de mis síntomas.

No puedo quedarme en eso, debo tratar de expresar lo que me sucede. Sino el mensaje no se transmitirá y la comunicación no se establecerá. Debo ordenar mis pensamientos anteriormente lo mejor posible, de ser necesario usar apuntes previos.

Como ser comunicante debo tratar de ser claro, para estar seguros de llegar a buen puerto. Ser responsable aún cuando se trate de algo tan sencillo como esto. Y confiar.

Ahora bien, ¿qué pasa como profesional con nuestra comunicación?

La misma se iniciará con el paciente en el momento de tener los turnos asignados. Continuará en el instante que el paciente asista por primera vez al consultorio. Obviamente la anamnesis en principio nos llenará de datos, necesarios, orientativos. Seguiremos con una evaluación exhaustiva. Será tan importante lo que veo como lo que no veo, los síntomas escuchados de boca del paciente como los no escuchados porque nunca serán dichos.

Se pondrán en juego nuestra sapiencia como nuestra paciencia.

Se vislumbrará el campo comunicativo. Dependerá en gran parte de nuestra predisposición a escuchar, a oír, a tratar de leer entre líneas, a entender, a contener, respetando al otro. A averiguar motivos, condiciones, situaciones, contextos, experiencias pasadas, voluntad de experiencias futuras, quejas. Mirada individual, mirada amplia, mirada objetiva, en parte subjetiva, mirada en el contexto del consultorio y fuera de él.

Los pasos a seguir, los estudios solicitados, el diagnóstico adecuado, el seguimiento del paciente, su evolución, el camino indicado ya estará preestablecido. Sin el primer paso no existe un siguiente.

Sin la suma de lo dicho por el paciente y su bagaje, no se establecerá. Sin la comunicación adecuada y conveniente, estaremos en el lugar menos útil, en el lugar de ser receptáculos de información y prescriptores de soluciones sistematizadas, mero automatismo vacío de humanidad.

El hombre utiliza el lenguaje para comunicarse.

Los sistemas de lenguas están armados.

El mundo gira permanentemente alrededor de esto.

Las formas de comunicarse se han ido enfriando, modernizando, adecuando, involucionando o evolucionando según como se mire. El fin es la comunicación en sí misma. No transformarnos en los Robinson Crusoe en nuestras propias islas.

En un marco terapéutico como el que nos desenvolvemos esta consigna no debería ser descuidada.

Sin comunicación no hay acción, no habrá destino adecuado para nuestra tarea.

Sin comunicación el vacío quedará no solo en nosotros mismos sino en el ánimo de nuestro paciente, aquel que nos recuerda permanentemente el costado humanitario al cual nos debemos.

La humanidad es la cualidad perenne que nos diferencia, que nos califica, que nos hace realmente especiales. Humanidad es una auto prescripción. Válida como cualquier medicación. No se enseña, no se aprende. ¿Cualidad innata? ¿Cualidad adquirida?

La humanidad nos diferencia, el lenguaje nos completa, la comunicación nos une.

Es el nexo con los resultados favorables, con un pronóstico acertado, y con el cumplimiento de las expectativas para las dos partes involucradas: paciente y profesional.

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